El sustento científico y filosófico de las estrategias productivas que maneja el diplomado LabVida es la agroecología. Dependiendo del contexto, el concepto de “agroecología” puede referirse a tres aspectos:
- Ciencia que estudia la agricultura desde la óptica de la ecología;
- Práctica de la producción de alimentos a partir de principios ecológicos;
- Movimiento en pro de los sistemas alimentarios limpios y justos.
Aunque nos enfocamos aquí en la ciencia y práctica de la agroecología, no perdemos de vista que al educar en estos temas formamos parte de un movimiento que engloba a millones de campesinas y campesinos, consumidores conscientes y otras personas que luchan por maneras más sanas de convivir con la gente y con nuestro ambiente.
La producción agroecológica tiene mucho en común con otros enfoques de producción sustentable, como la agricultura orgánica y la permacultura[1]. Es también análoga a enfoques holísticos de la medicina, que trata al paciente en su conjunto de necesidades, enfatizando la prevención de problemas en lugar de la aplicación de remedios.
[1] La permacultura es una filosofía de diseño, ingeniería y manejo de sistemas que cuyo principio es trabajar con la naturaleza, no en su contra.
La agroecología trata el espacio productivo como un ecosistema[1] compuesto de organismos que interactúan entre ellos y con su ambiente físico. Al cultivar, nuestro trabajo consiste en gran parte en el manejo de esta red compleja y dinámica de interacciones, para beneficio de nuestros cultivos y ganado. Desde este enfoque el manejo requiere de precaución, observación y humildad, frente a una complejidad que ningún agricultor y ningún científico puede comprender al 100%. Reconocemos que las acciones de manejo orientadas hacia un componente del agroecosistema afectan directa e indirectamente a otros elementos del mismo, con consecuencias que no siempre son fáciles de
[1] Un ecosistema es el conjunto de organismos en el lugar y el medio físico con el que interactúan.
predecir; la agroecología no contempla recetas ni “bolas de cristal.” No obstante, podemos enumerar seis principios para guiar el manejo y la exploración de los agroecosistemas: 1. Los agroecosistemas sanos son complejos y dinámicos, por lo que su manejo se basa en la teoría, la observación y la experiencia local, y no en recetas universales;
- El suelo vivo da sustento a la producción;
- La diversidad biológica brinda productividad y estabilidad;
- La agroecología busca eficiencia en el uso de agua, nutrientes, espacio, tiempo y materiales, minimizando la dependencia de recursos externos;
- El manejo es más preventivo que curativo;
- La agroecología se construye a partir del encuentro horizontal de saberes diversos.
A continuación se desglosan estos principios, para comprender mejor el manejo de los agroecosistemas.
Los agroecosistemas sanos son complejos y dinámicos
Como cualquier otro ecosistema, las propiedades de los agroecosistemas resultan de las interacciones entre la diversidad de organismos que allí habitan y las interacciones de dichos organismos con su ambiente físico. Todos los ecosistemas son dinámicos: cambian con el tiempo como resultado del desarrollo y de las interacciones entre los organismos, y en respuesta a cambios de su entorno. La agricultura industrial busca simplificar los agroecosistemas a un solo cultivo, y detener el desarrollo del ecosistema. En cambio, el manejo agroecológico cultiva la diversidad, trabajando con las interacciones entre organismos y guiando el desarrollo del agroecosistema. Daremos mayores detalles en los siguientes apartados.
Para un profesor o profesora atenta, la diversidad biológica, las interacciones ecológicas y el desarrollo de los agroecosistemas abren un mundo de oportunidades de enseñanza-aprendizaje. Todo puede ser sujeto de observación y experimentación, al propiciar la curiosidad innata de los estudiantes.
El suelo vivo es fundamental para la producción
Sir Albert Howard, pionero de la agricultura orgánica, afirmó que “la salud del suelo, de la planta, el animal y el hombre es unitaria e inseparable.” Un gramo de suelo puede albergar miles de especies y más seres vivos individuales que humanos en todo México. Además de los hongos, bacterias, nematodos y otros microorganismos, en el suelo habitan animales multicelulares como lombrices, insectos y otros artrópodos, y vertebrados _todos en interacción con las raíces de las plantas. Algunos de ellos son herbívoros,[1] otros son patógenos[2] que atacan a nuestros
cultivos, otros más protegen a las plantas contra los primeros, y muchos también cumplen funciones vitales en el ciclo de los nutrientes, por ejemplo en la descomposición de organismos muertos.
Al morir y entrar en proceso de descomposición, todos estos organismos pasan a formar parte de la materia orgánica.[1] Esta última es determinante para la fertilidad del suelo, ya que modula el pH (grado de acidez o alcalinidad) y retiene agua y nutrientes. Las estrategias de fertilización orgánica –como enmiendas orgánicas, abonos verdes y biofertilizantes[2]_ aumentan la materia orgánica, brindan muchos nutrientes, mantienen la vida en el suelo, y favorecen la abundancia de especies benéficas para los cultivos.
En cambio, la agricultura convencional trata al suelo como un sustrato físico inerte que sirve como reservorio de los elementos químicos necesarios para el crecimiento y desarrollo de los cultivos (principalmente nitrógeno, fósforo y potasio). Los fertilizantes sintéticos son una base pobre para la nutrición vegetal, en parte porque en general sólo contienen entre uno y tres de los múltiples nutrientes que requieren las plantas. Un cultivo nutrido de fertilizante químico es como una persona alimentada con puro maíz o azúcar: puede aumentar de tamaño, pero es enfermiza y poco resistente.
Los fertilizantes sintéticos y agrotóxicos atentan contra la vida en el suelo. Por eso, aunque la respuesta inicial del cultivo al fertilizante puede ser gratamente notable, en unos años el suelo queda “cansado” y deja de rendir. El empobrecimiento de los suelos agrícolas está llevando a una disminución en la calidad gustativa y nutritiva de nuestros alimentos.
La diversidad biológica brinda productividad y estabilidad
La diversidad biológica en los agroecosistemas se manifiesta en la variabilidad genética presente en cada cultivo, en la diversidad de especies de cultivos y ganado en el agroecosistema, en las especies no manejadas o “asociadas” que habitan el lugar y en las especies del paisaje circundante.
Históricamente, los integrantes de las familias campesinas son custodios de la diversidad genética en los cultivos y el ganado. Son los protagonistas del desarrollo y conservación: por ejemplo, de los miles de variedades de papas cultivadas en los Andes, y de los cientos de variedades de maíz de Mesoamérica. Estas familias seleccionan sus semillas en respuesta a la diversidad de condiciones de clima y suelo en sus localidades, a sus sistemas de manejo, a sus preferencias culturales y culinarias, y a las demandas del mercado. Los campesinos con frecuencia siembran más de una clase de semilla y esa diversidad genética en los cultivos brinda múltiples ventajas a los agricultores, incluyendo la posibilidad de cosechar variedades que maduran en diferentes momentos, o que responden a diferentes propósitos. También se minimizan los riesgos ante problemas de clima o de plagas,[3] ya que, gracias a la mayor variedad, hay mayores probabilidades de que una parte de las siembras sea resistente a las condiciones que surjan.
Los agroecosistemas tradicionales casi siempre incorporan una diversidad de especies de cultivos. La combinación de dos o más especies en un agroecosistema se llama policultivo. La milpa maya, con su maíz, frijol, calabaza y verduras, es un ejemplo excelente. Los policultivos también se producen en el tiempo por medio de la rotación de cultivos. Sus ventajas incluyen una mayor eficiencia en el uso de espacio, agua, luz, y nutrientes, prevención de plagas y enfermedades y minimización de riesgos.
Los policultivos también permiten aprovechar las relaciones positivas entre especies (facilitación ecológica), como las que surgen entre el maíz y el frijol en la milpa. El frijol, como otras plantas leguminosas, se asocia con bacterias que convierten el nitrógeno del aire en una forma utilizable por las plantas, y el maíz puede aprovechar parte del nitrógeno “fijado” por el frijol. A la vez, el tallo del maíz sirve de soporte para el frijol.
Manejar un policultivo implica observar y manipular la facilitación y regular la competencia entre especies. La vida en el suelo y las bacterias fijadoras de nitrógeno forman parte de la diversidad de especies que no son sembradas, pero son asociadas a las parcelas agrícolas.
La biodiversidad asociada incluye especies que se vuelven malezas, plagas o patógenos de los cultivos y ganado. Sin embargo, incluye también una multitud de especies benéficas, como las verduras de la milpa, que se establecen solas y diversifican la dieta de las personas y el ganado, protegen el suelo y confunden a las plagas con sus olores. Muchas especies de patógenos, parásitos y depredadores ayudan a mantener a las poblaciones de plagas potenciales en cantidades que no causan mayor daño. Se trata de virus, bacterias, hongos, animales invertebrados como avispas y arañas, además de animales vertebrados como aves y murciélagos.
La agricultura campesina, por su diversidad y pequeña escala, da origen a paisajes que son mosaicos complejos de parcelas de diferentes tipos, con cercos vivos, vegetación secundaria y parches de vegetación nativa. En conjunto, mantienen una gran diversidad de especies que aportan servicios como regulación de plagas y polinización en los campos agrícolas. Los acahuales (vegetación secundaria), o barbechos, juegan una función especial, ya que permiten a la tierra “descansar”, con la consiguiente recuperación de la fertilidad del suelo, interrumpen la acumulación de especies no deseadas en el agroecosistema, y además por sí solos brindan múltiples productos.
En contraste con los policultivos, la agricultura industrial normalmente depende de pocas variedades sembradas en áreas extensas. De hecho, la diversidad genética disminuida en la siembra expone los productores a pérdidas masivas.[1] La dependencia cada vez mayor de semillas híbridas o transgénicas aumenta también la dependencia de empresas transnacionales. Las semillas comerciales son seleccionadas bajo condiciones de campos experimentales con uso intensivo de insumos externos, por lo que son adaptadas a dichas condiciones. La agricultura industrial en general se basa en monocultivos, o en rotaciones sencillas entre cultivos. Tiene un efecto homogeneizador a nivel del paisaje. Estos sistemas intentan reemplazar los múltiples servicios ecológicos brindados por la biodiversidad en los agroecosistemas diversificados mediante el arado, los fertilizantes químicos y agrotóxicos. Crean
desequilibrios ecológicos y generan costos crecientes para los agricultores, afectando su economía, salud, cultura, y autonomía.
El manejo agroecológico busca eficiencia en el uso de agua, nutrientes, espacio, tiempo y materiales
La eficiencia ayuda a minimizar el desperdicio, los gastos y la dependencia de insumos externos, y así contribuye a la autonomía. Una manera de lograr esta eficiencia es modelar los agroecosistemas con base en la estructura y dinámica de los ecosistemas nativos del lugar.
Los cafetales con sombra son un buen ejemplo: imitan la estructura del bosque nativo, pero reemplazan el estrato arbustivo con los cafetos, y aumentan la dominancia de especies útiles en el dosel. Los sistemas agroforestales[1] resultantes aprovechan bien los recursos de agua, luz, suelo y espacio, al tener hojas y raíces en distintos estratos verticales.
La milpa tropical tradicional también imita el bosque, pero en sus etapas iniciales de desarrollo, posterior a algún disturbio. En estos agroecosistemas dinámicos, los cultivos anuales _como maíz, frijol y calabaza_ dan lugar a cultivos perennes de herbáceas y arbustivas, como yuca, macal y plátano. Posteriormente los milperos manejan la regeneración de la selva, favoreciendo las especies de utilidad directa y las que contribuyen a retener nutrientes en el sistema.
Al igual que las plantas, los animales son fundamentales en los ecosistemas, incluyendo los agroecosistemas. Los animales domésticos y asociados juegan un papel fundamental para asegurar la eficiencia de los agroecosistemas campesinos, ya que aprovechan recursos como el rastrojo de los cultivos y los desechos de la cocina y los productos secundarios del procesamiento de los alimentos. Su estiércol, con el manejo adecuado, se convierte en excelente abono.
Uno de los grandes errores de la agricultura industrial ha sido separar la producción animal del resto del agroecosistema. En la producción animal industrial el ganado vive en hacinamiento extremo, y se alimenta principalmente de granos producidos en lugares lejanos. En lugar de cumplir su rol en ciclo de nutrientes, el excremento y los orines contaminan el agua y el aire.
La multifuncionalidad es otra faceta de la eficiencia agroecológica. Por ejemplo, cada parte de la planta del maíz es aprovechada, ya sea por su valor alimenticio, forrajero, medicinal, artesanal, o como envoltura. Incluso el huitlacoche (un hongo que ataca el grano) sirve como alimento y como lubricante para cordeles.
En el agroecosistema milpa, los tres cultivos principales (maíz, frijol y calabaza), además de su función alimenticia, juegan roles agronómicos complementarios: la calabaza protege el suelo, conserva la humedad y suprime las plantas no deseadas, el frijol aporta nitrógeno y el maíz sostiene al frijol. Un árbol en un potrero puede mejorar el suelo a la vez que da sombra, forraje, medicina y leña. La multifuncionalidad también se manifiesta en el re-uso de los materiales. En la parcela agroecológica (¡y sobre todo en el huerto escolar!), es común ver que los envases de alimentos cobran vida nueva en calidad de macetas, o que las llantas gastadas sirven para la retención de suelo o como bebederos para el ganado.
El manejo agroecológico es más preventivo que curativo
Como se describió arriba, el manejo agroecológico propicia procesos naturales que mantienen la fertilidad del suelo y minimizan el impacto de las plagas. Varios estratos de plantas y su hojarasca protegen el suelo. La elevada cantidad de materia orgánica y la porosidad creada por diversos organismos permiten que el suelo actúe como esponja, amortiguando los extremos de precipitación. Las plantas nutridas por suelos como éstos cuentan con reservas que les permiten recuperarse del daño. Además, producen defensas químicas contra los herbívoros, gracias a una nutrición completa. La diversidad de plantas confunde a las plagas potenciales, así como la diversidad de depredadores y parasitoides[1] limita sus poblaciones. Aún más, si una plaga llega a afectar a alguna variedad o especie, la diversidad de cultivos y de ganado asegura que habrá otros que suplirán su función, manteniendo la productividad.
Estos procesos, que brindan estabilidad a los agroecosistemas, funcionan pobremente en la agricultura industrial, con sus suelos y diversidad biológica empobrecidos. Los fertilizantes y agrotóxicos reemplazan estas funciones sólo hasta cierto punto, y a la vez empobrecen crecientemente al ecosistema, profundizando la dependencia de estos insumos.
Donde la tierra ha sido maltratada, como es el caso de muchos predios escolares, se vuelven necesarias algunas prácticas curativas. Es probable que se requiera de la aplicación de suelo, abonos y biofertilizantes, o de la siembra de abonos verdes que ayudan a restaurar la vida en el suelo. Para el control de plagas, se pueden reintroducir enemigos naturales como catarinas[2] o avispas parasitoides, y hongos, bacterias o virus “entomopatógenos” (que causan enfermedades en los insectos). A más largo plazo, sin embargo, la mejor estrategia es la de restablecer la diversidad biológica de manera que nuevamente se vuelva autosostenible. Para iniciar este proceso, es necesario que haya árboles que sirvan de habitat para aves y otros enemigos naturales.
Además, ya que muchos parasitoides dependen del néctar en sus estados adultos, es importante que el huerto cuente con flores a lo largo del año. Esto ofrece oportunidades para el aprendizaje acerca de la fenología (épocas de desarrollo) de la flora y fauna local, ciclos de vida, e interacciones ecológicas como la polinización, la depredación y el parasitismo.
La agroecología se fundamenta en el encuentro de saberes
Mientras que la agricultura convencional es intensiva en su uso de insumos externos, el insumo imprescindible de la agroecología es el conocimiento de las personas que la practican. La agroecología se construye sobre milenios de observación y experimentación campesina. Gran parte de la tarea de la agroecología como ciencia es documentar y entender la práctica agroecológica para facilitar su adaptación y aplicación en nuevos contextos.
[1] Son parásitos que matan a su organismo anfitrión. Los parasitoides más importantes de los insectos son otros insectos, en particular ciertas moscas y pequeñas avispas. Las hembras adultas de estos parasitoides ponen sus huevos en otro insecto, donde se desarrollan las larvas.
[2] Las catarinas son escarabajos de la familia Coccinellidae, también conocidos como mariquitas o tortolitas. La gran mayoría son depredadores de otros insectos.
En conclusión, la agroecología surge de la sinergia entre culturas y entre maneras de entender el mundo. Al unir la profunda pero localizada visión campesina con la amplia pero superficial visión científica, la agroecología crece en sus dimensiones científicas, prácticas y transformadoras.
Síntesis:
La agroecología presenta múltiples bondades como filosofía para el manejo del huerto escolar:
- Asegura la producción limpia, cuidando la salud de la comunidad escolar.
- Enfatiza la eficiencia y minimiza la dependencia de los insumos comprados, reduciendo los costos para el establecimiento y mantenimiento del huerto.
- La producción agroecológica es diversa, y la diversidad también propicia la buena alimentación.
- La práctica agroecológica se basa en la observación, la experimentación y la complejidad, creando diversas oportunidades para explorar el proceso científico y emprender ciclos de investigación-acción participativa.
- Como lugar de encuentro entre los conocimientos locales y científicos, el huerto agroecológico construye puentes entre escuela y comunidad.
Bibliografía – Rojas W, A. 2009. Policultivos de la mente: Enseñanzas del campesinado y de la agroecología para la educación en la sustentabilidad, Agroecología 4:29-38. http://revistas.um.es/agroecologia/article/ view/117161 – Vandermeer J. e I. Perfecto. 2013. Complex Traditions: Intersecting Theoretical Frameworks in Agroecological Research, Agroecology and Sustainable Food Systems 37:76-89. http://dx.doi.org/10.1080/ 10440046.2012.717904
- http://es.wikipedia.org/wiki/Gran_hambruna_irlandesa
- http://www.agroecology.org/Principles_List.html
- http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S0325-75412011000100001&script=sci_arttext
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[1] Los sistemas agroforestales combinan árboles con cultivos y/o ganado.
[1] Un ejemplo paradigmático de los riesgos de la baja diversidad genética en los cultivos es la gran hambruna irlandesa de 1845-52. Buena parte de la población campesina dependía casi exclusivamente de una sola variedad de papa y ésta fue susceptible ante el brote de un hongo capaz de arrasar con un campo en cuestión de días. La hambruna resultó en la muerte de un millón de personas y dio impulso a la diáspora de irlandeses hacia Gran Bretaña, Norteamérica y Australia.